Braguillas vive pero, en cambio, ha muerto Fausto [Moreno Talón].
No sé si tiene mucho que ver con este diario pero…
Me puso sobre aviso Manquiña cuando viajé a Santiago de Compostela para hablarle de otro proyecto. A la vuelta, telefoneé a Fausto y me dijo que estaba un poco fastidiado –“faustidiado” si esto fuera un astracán- del hombro y los riñones pero que en La Paz le habían dicho que era una cosa muscular y que se diese linimento. En Semana Santa le ingresaron en la Concepción y me acerqué a visitarle. Los parches de morfina le mitigaban los dolores y estaba de bastante buen humor; o de “bastante humor”, que en su caso siempre fue una mezcla ponderada del bueno y el malo. El sábado 17 le dijeron que no había nada que hacer y que si quería volver a casa. Por los pasillos del hospital iba gritando a los camilleros:
-Vamos, vamos. ¿Por qué paráis? ¡A casa, a casa!
Murió el lunes por la mañana. Estuve en la calle Artistas con la vieja guardia y algunos del barrio a los que no conozco. La incineración reunió a gente a la que no veíamos hacía doce o quince años. La ceremonia fue fulminante. El funcionario dijo que no se podía poner música –a Fausto le gustaba la “Consagración de la Primavera”- porque molestaba a los de la capilla anexa. Manquiña contó su anécdota sobre la teoría de Fausto a propósito de que los gallegos llevan a Valle Inclán tan metido en los genes que son incapaces de hacerlo correctamente. Félix [F. Montes] recitó un poema, precisamente de Valle, sobre la “parca”. El funcionario decidió que no esperaba más y echó la cortina ante el ataúd. Fue el mejor momento porque entonces todos empezamos a aplaudir y parecía que Fausto iba a salir a saludar, como si aquello fuera nada más el final de una farsa y al día siguiente se pudiera repetir.
Pero no quiso salir a recibir el aplauso.
Estaban Manquiña, Bigarren, el representante de Carlos, y Paca, su mujer y socia. Les cuento nuestro proyectado viaje a Zaragoza. Paca promete interesarse por Miguel de la Riva.