
En El milagro de P. Tinto (1998); de Javier Fesser, Carlos tiene una escena mínima en un puesto de gasolina.

Mientras el ufano e hinchado Bruto Pomeroy reposta el coche familiar, el infecundo gasolinero le pide consejo para procrear, porque “si pudiera yo tener ocho hijos, bien podrían echarme una mano en el puesto”. Entonces el padre mete los pulgares en los tirantes y acompaña el gesto con un “tralarí, tralarí”.

Es un personaje utilitario, que funciona por el contraste entre su escualidez y la orondez de tentetieso de Bruto Pomeroy.

En el rodillo, donde el extenso reparto aparece por orden de intervención, ocupa la décima posición.