La Ida. 16,30.

Emilio aprovecha para hacerle un retrato. Luego nos ponemos con la entrevistita: su faceta de dibujante, los bares que frecuenta, sus primos…
Están Federico, el bailarín, y su hermano mayor, Manolo. Son hijos del tío Federico, que marchó a Venezuela. Tenían tres hermanas que debieron circular por allí en los años cincuenta en plan hermanas Andrews. “¡Qué gachó! ¡Qué atrevido!”, dice siempre Carlos hablar de Manolo. Y se embarca en una retahíla de aventuras desorbitadas: polizón, conductor por las selvas amazónicas, actor de variedades, propietario de una fábrica de fideos y de otra de máquinas para asar pollos… También anduvo un tiempo con los hijos del tío Jesús. Enrique se hacía llamar “El Bandolero del Cante” y coincidió con él en una compañía itinerante que alternaba la comedia con las altas variedades. Luego, como sus otros hermanos, se colocó como auxiliar de vuelo en Iberia por mediación de la madre, a la que Carlos atribuye contactos al más alto nivel. El pequeño, Juan Antonio, era un buenazo, recuerda Carlos. “Un inocentón” que iba a ver a Federico cuando actuaba en Zaragoza y se quedaba sentado en una silla del camerino, sin decir palabra”. Vio morir a su tío en un accidente que en la mitología familiar alcanza carácter casi épico. Viajaban en un camión de Vigo a Bayona. En la trasera iban los decorados en una caja grande y el tío. El camión derrapa en una curva y el armatoste, malamente asegurado, cae sobre el tío provocándole la muerte. Luego Juan Antonio cogió una afonía crónica y tuvo que dejar el oficio. En una pensión de Barcelona se tomó un frasco de pastillas. Su madre cuenta a la familia que ha tenido una perforación de estómago, pero Carlos no se engaña. Su primo Juan Antonio se envenenó.
Todas estas historias vienen y van, se entrecruzan, se pierden y vuelven a reaparecer sin que uno sepa ya quién es quién. Son tantos los primos, que no caben en esta historia. Intentamos centrarnos en Manolo, el aventurero, contratipo perfecto de Carlos, y en Federico, el bailarín. En la conversación surge el motivo de su ruptura con él: el fútbol. Según Federico, Carlos es gafe y trae mala suerte a su equipo.
Intermedio sin grabar. Un asesinato en la calle San Mateo.
Nos dirigimos hacia casa de Arri para ponerle El tigre de Chamberí e intentar grabar su reacción cuando se descubra. Mientras avanzamos por la calle San Mateo sigue hablando de sus primos. El primogénito de su tío Federico, Manolo, fue “flecha naval” –unas fuerzas infantiles creadas durante la Guerra Civil e integradas posteriormente en el Frente de Juventudes, que tenían escuela en Cádiz-. Luego, sin transición alguna, lo retrata como marino en un barco con rumbo a Sudamérica. Puede que yo me haya perdido algo porque voy unos pasos por delante, pero de repente, Manolo se arroja por la borda frente a la costa brasileña. Llega a nado hasta la orilla. Se interna en una “granja de plátanos” y, sin darse cuenta, cae en un atascadero de arenas movedizas. Grita. Al rescate acude un negro que consigue sacarle de allí con una rama.
Acto seguido Manolo está instalado en Venezuela. Se dedica al boxeo.
Tiempo después –o tiempo antes, o al mismo tiempo en un universo paralelo- está en Bilbao, tomando un vino con un amigo. Un cliente borracho se pone faltón. “Ponle unos vinos a esos hijos de la gran…” (Carlos nunca blasfema ni dice palabras malsonantes). Cuando Manolo ve que le mientan a la madre, se echa encima del borracho y le pega un puñetazo en pleno rostro. El ofensor cae al suelo. Carlos alude a la fuerza de su primo y al hecho de que el otro estuviera borracho, pero con una naturalidad totalmente exenta de dramatismo nos cuenta que cuando se quisieron dar cuenta el otro estaba muerto. Manolo pasa la noche en casa del amigo y luego desaparece.
-¿Por eso marchó a Venezuela?- le preguntamos a Carlos, intentando dar un sentido cerrado a la historia.
Pero ninguna de las historias de Carlos parece tener ni principio ni fin.
El primo estuvo “por ahí”, pero en España. Le gustaba mucho bailar, sigue sin solución de continuidad. Y se embarca en una anécdota ocurrida durante un baile en “la casa de cartón”, su hogar después de la Guerra, que recibía este nombre porque los cimientos habían quedado considerablemente dañados por los bombardeos y todos dudaban que no se viniera abajo cualquier invierno.
Fin del intermedio. Arri y Pepón han ido a comprar cervezas. Arriba, someto a Carlos a un tercer grado para intentar esclarecer un poco la cronología de su vida teatral. Todo va bien en tanto nos alejemos en el tiempo. Mediada la década de los sesenta las fechas empiezan a confundirse.
Continúa la entrevista ante el televisor, donde queremos que Carlos reviva su primera experiencia como figurante y relate de nuevo la anécdota de su intento de fumar de balde durante el rodaje de El tigre de Chamberí. La presencia en el reparto de Aníbal Vela hijo reaviva los recuerdos líricos de Carlos. Cuenta las ocurrencias de su padre con el camarero de un bar que había frente al Teatro de la Zarzuela. Entonces escuchamos de primera mano la anécdota de los escafandristas. Tuvo lugar durante una representación de “Los sobrinos del capitán Grant” por Los Ases Líricos. Un escafandrista comienza a bajar por la escala. Dentro de la escafandra el tenor gijonés Antonio Medio se mueve a cámara lenta, como si de verdad ejecutase sus movimientos bajo el agua. Luis Lucas espera a bajar en la parte superior de la escala, en la parrilla. El asturiano toca suelo. Apenas asoman los pies de Luis en lo alto de la escala, la coge con ambas manos y empieza a agitarla. Tras el susto, el padre de Carlos se agarra firmemente; el de abajo, sigue con el juego. Enlazando el brazo izquierdo en la cuerda, Luis Lucas se quita el casco. El bromista sigue a lo suyo -el casco le impide ver y piensa que su compañero estará descendiendo-. Cuando, de pronto, el casco arrojado desde arriba va a chocar contra el suyo. Pensando que el compañero se le viene encima, Antonio Medio sale corriendo, olvidando mimar el movimiento a cámara lenta. El capitán Grant, olvidando que es cadáver, se echa las manos a la cabeza. Carlos justifica la situación porque era día de Inocentes.

Después de ver El tigre de Chamberí aprovechamos de nuevo para intentar arreglar el viaje a Valladolid. Más que nuestros razonamientos sobre la necesidad de ampliar el punto de vista sobre su familia, le convence la mención al cordero que nos podríamos meter entre pecho y espalda. En mi inocencia gastronómica, pregunto si hay buen cordero en Valladolid. Pepón y Arri aducen que también es famoso el cochinillo vallisoletano, pero Carlos tercia rápidamente para asegurar que, donde se ponga el cordero, que le quiten todos los cochinillos de Valladolid. A cambio de esta promesa, recita de memoria el teléfono de su hermana, Carmen.
Antes de marcharse, me pregunta si la entrevista servirá para hacer una serie. Le digo que no, que intentaremos que sea un largometraje. Pregunta entonces quién va a ser el protagonista. Cuando le decimos que, por supuesto, él, se queda un tanto extrañado.
Un par de días después llamo a la Federación Española de Boxeo interesándome por Manuel Blanco Lucas, el primo boxeador. Les doy el nombre completo y lo adobo con un año de nacimiento entre 1925 y 1931, dado que su hermano Federico nació en 1932. Su vida profesional, por tanto, tendría que haberse desarrollado entre 1945 y 1965. El resultado es negativo. Hay fichas de otros boxeadores de la época pero, para la Federación, Manuel Blanco Lucas “nunca boxeó en España”.