
José Ramón Larraz es uno de los muchos mitos que han alumbrado el fantaterror y el erotismo hispanos. Dibujante en sus inicios, como Paul Naschy, comenzó su carrera cinematográfica en Gran Bretaña como J.R. Larrath y Joseph Larraz. En 1981 dirigió para José Frade un guión de Juan José Alonso Millán con un clásico cóctel de monstruos humorístico, al estilo de Abbott y Costello, aderezado con un sinnúmero de chascarrillos políticos tan habituales en el «cine del búnker» en el que participó Carlos.

Como seña de identidad del realizador un erotismo un tanto soez, pero que nada en absoluto tiene que ver con el porno, género al que algún despistado ha asociado la película en alguna ocasión. En uno de los principales papeles, la bella Azucena Hernández, compañera de reparto de Carlos en múltiples ocasiones.

La acción se sitúa a mediados del siglo XIX, cuando a la mansión en la que Saturnino (Paco Algora) vive con la centenario doña Perpetua (Lilí Murati) y el servicio (Trini Alonso, Paloma Hurtado y José Espinosa «Don Pepito») llegan el arqueólogo don Felipe (Quique Camoiras) y su sobrina Ana Mari (Azucena Hernández). En un cajón traen a la momia de la hija del Faraón Akenatón, violada y asesinada por los sacerdotes, pero dispuesta a volver a la vida en cualquier momento atacada de un insaciable furor uterino.

Carlos aparece en una única escena, desmelenado, como un interno del «Asilo psiquiátrico para desórdenes mentales y otras autonomías (manicomio, vaya)» del doctor Vilaseca (Carlos Lucena). No tiene diálogo pero patalea con una energía digna de mejor causa.

Los chistes «políticos», las alusiones continuas a Suárez, Carrillo o Abril Martorell, se entrelazan sin solución de continuidad con eslóganes publicitarios, con réplicas propias de una función de fin de curso y con homenajes entendidos de aquella manera a los clásicos del género. Director y productor pretendían reverdecer el éxito taquillero de Polvos mágicos (1979), aunque después del desencuentro con Landa ecurran a Paco Algora como sustituto y a un guión que eleva exponencialmente el número de gracietas por minuto que habían funcionado en aquella.

En esta ocasión, Carlos se queda a la cola del rodillo.
