La Voz llama a Arri para decirle que Ángel Martínez Roger, jefe de estudios de la RESAD, está interesado en el asunto y que puede aportar nuevos contactos. Nos hemos plantado allí y le hemos contado por encima nuestro propósito y pormenorizado los detalles de la vida de Carlos. Se muestra fascinado por un asunto que no está en absoluto estudiado, pero nos reafirma en que no hay manera de encontrar documentación al respecto.
Los contactos más o menos oficiales que nos proporciona son los mismos que los de La Voz: Manuel Lago, la Hisado… Luego siente una fascinación especial por tipos de la escuela antigua que ha conocido. Nos cuenta algunas anécdotas, como una representación relativamente reciente de “El cantar del arriero” en el lago de Sanabria al aire libre, con la directora colgando una bolsa de los grandes almacenes con sus cosas del atril para que no se las roben del camerino o el grupo de paisanos castellano leoneses ataviados con gorros de astracán porque confundieron el baúl del vestuario con el de “Katiuska”.
En la biblioteca del centro localizamos las memorias de Marcos Redondo que hace tiempo quería consultar y el libreto de “Los sobrinos del capitán Grant”. Trascribimos la escena del pulpo y nos acercamos dando una vuelta por el Retiro y Moyano hasta una librería de viejo en la calle del Prado que nos ha recomendado Ángel. La respuesta es siempre la misma: “de eso no hay nada”.
La respuesta del Archivo del Ayuntamiento de Valladolid sobre la participación de Carmen Reñé Esteve en la Orquesta Sinfónica Municipal también arroja resultado negativo, según me han comunicado telefónicamente.
Al salir de la librería nos metemos en El Dorín de la calle del Príncipe, ahora reconvertido en cervecería alemana. Próximo a nosotros ocupa un taburete el poeta, guionista, asesor taurino y bohemio Pedro Beltrán. ¿Será una señal?
Discutimos por enésima vez el asunto de las reconstrucciones, la memoria, el viaje a México… En un momento se me ocurre que entrevistemos una vez más a Carlos con el tema de la memoria como asunto monográfico. Le llamamos por teléfono y contesta ofendido: hemos metido la pata dándole la transcripción de las entrevistas. Piensa que la trasposición literal que hemos hecho para trabajar –titubeos, risas, palabros incomprensibles- le hace parecer tonto. A pesar de ello accede a comer mañana en casa de Arri y a someterse a una nueva sesión.
Sin embargo, este asunto de la ofensa imaginaria nos produce un bajón considerable.