Carlos recordaba a menudo una de sus primeras intervenciones habladas en el cine. Fue en 1971, en Aunque la hormona se vista de seda, de Vicente Escrivá.
Bueno, Escrivá dirigía pero la película era bastante summersiana. El propio Manolo firmaba el guión con su colaborador habitual, Lamet, y el director, y también interpretaba el papel protagonista, junto a Landa y a una desubicada Ana Belén.
Landa ejerce de maestro en ligoteo y conduce a Summers a través del proceloso arte de la seducción. En una escena clásica (o tópica, según gustos) el apocado boticario cambia su circunspecto vestuario por el traje más «in» del momento… y en el año 71 se podía ser «in» un rato largo. Luego se da un paseo por la Puerta del Sol y aledaños contemplando los muslos y espeteras de las bellas paseantes que encienden su libido.
Es uno de los típicos montajes de planos robados que Summers utilizaba como marca de la casa. Y, de pronto, aparece Carlos. Es un plano exento, en el que no interactúa con nadie. Durará un par de segundos a lo sumo, pero ahí está requebrando supuestamente a unas chavalas que en realidad no están allí para escuchar su piropo:
-Eso son piernas y no lo que tiene uno.
Como en uno de los chistes que Summers publicaba por aquel entonces en «Pueblo».
Carlos está doblado, claro. Pero no deja de ser un plano histórico en la modesta historia de la que aquí somos notarios.