Darwin se equivocó. Se coló de medio a medio. Carlos es la demostración palmaria del fracaso de la teoría de que sobreviven los fuertes. Se queja del dolor en el hombro que mitiga a base de Neurofenes, pero ahí sigue, improductivo para la especie, sin el más mínimo interés en mejorar la raza.
He quedado con Javier Jiménez en las bodegas La Ardosa de la calle Colón. Como llego con media hora de adelanto me paso por el Xares y allí está Carlos, como siempre. Trapichea con el vendedor de cupones. Quiere un décimo de cada tira, pero no sé si mi presencia le intimida o es que no quiere mostrar interés por la transacción, porque la operación dura un rato largo.
Cuando se marcha el vendedor, me siento a su mesa. Al poco llega Federico. La reconciliación es evidente. Carlos se apresura a presentármelo. Cuando hicimos Matías, juez de línea estuvimos hablando con él en este mismo bar, aunque al final no nos lo pudimos llevar a Galicia. Ahora, aunque de pie, me cuenta parte de su vida como actor y bailarín. También que los muchos palos te van minando poco a poco la moral y que ha decidido retirarse y no intentarlo más. Carlos, en cambio, no. Carlos es un luchador -dice Federico. Cuando lee el periódico, cuando parece que está despistado, está pensando en el teatro. Carlos le quita mérito a la cosa.
Pero cuando Federico se va a la barra, Carlos intenta defender su protagonismo. Me dice que no necesitamos más historia que la suya, que nos ha contado anécdotas suficientes, que hay está su historia, la de su padre y la de toda su familia… Le explico una vez más que la película se centraría en su anécdota vital pero que el libro quiere ser un estudio más amplio sobre un tipo de actores y sobre su evolución paralela a la de España. No sé si le convenzo demasiado.