de vuelta al xares. 24 de febrero de 2003

Carlos me llama a casa, para ver cómo va todo. Prefiero hablar con él en persona así que le propongo acercarme al Xares, donde va él a desayunar. Como Isbert en el balcón de Villar del Río, le debo una explicación y esa explicación que le debo se la voy a dar. Cojo el metro y me planto allí.

Le cuento que la especie de biopic en la que él cree que estamos trabajando no parece que vaya a dar frutos inmediatos. Sigo con el ajetreo del libro, eso sí. La evidente decepción que le causan mis noticias sólo queda levemente mitigada por el regalo de una de las novelas de Alf Manz.

En una de las entrevistas, Carlos nos contó que Alf Manz era su escritor favorito. Dio la casualidad de que también aparecía mencionado en el libro de Erice con su versión sobre “El embrujo de Shangai”. Estas Navidades localicé a un librero de viejo en Murcia que tenía algunos títulos a precio módico. Pepón le encargó a Enrique [Martínez] que nos los trajera.

Por lo que nos había contado Carlos, uno esperaba una cosa más en la línea de Simenon pero han resultado ser un batiburrillo de literatura popular con elementos de serial y aventuras, más que policíacos. La acción, eso sí, en ciudades populosas de Estados Unidos donde los agentes del FBI luchan contra el crimen. En una de ellas el director del FBI advierte a la nueva promoción de agentes sobre los dos peligros que les acecharán en su lucha. El primero son los sobornos, el segundo… las mujeres. Hay una cantante de cabaré que vuelve locos a los hombres que es la examante del hermano del protagonista, ejecutado en la cámara de gas por un crimen que no cometió, una jovencita amante de la poesía tutelada por un joyero que se dedica al contrabando de moneda falsa… Vamos, lo más afín al lector español de principios de los cincuenta.

Pero para Carlos esta novelita es el recuerdo de una mañana al sol en Málaga, sentado en las rocas junto a su padre que pescaba con un sedal, sin caña.
En la mesa de al lado –no podía ser de otro modo porque el bar sólo tiene tres-, trajina su primo Federico con el “Marca”. No se saludan, no se dirigen la palabra, ni siquiera se miran.

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