la furia del hombre lobo

En la filmografía de Carlos siempre hay ocasión para la sorpresa, como encontrárselo encadenado con otros mutantes en las mazmorras del castillo de la doctora Ilona Hellmann en La furia del hombre lobo (José María Zabalza, 1970). Estamos, por tanto, ante la lógica continuación de sus andanzas en compañía de Zabalza y Miguel de la Riva, tras la trilogía westernil de este mismo año.

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Es ésta una de las películas más denostadas del ciclo licantrópico de Waldemar Daninsky. En parte, porque el propio Paul Naschy se encarga en sus memorias de desacreditar a José María Zabalza, que habría dirigido la película en estado de embriaguez permanente y habría encargado sobre la marcha varias correcciones en el guión a su sobrino de catorce años. No hay para tanto, por supuesto. Zabalza trabaja, como siempre, bajo mínimos presupuestarios y recicla parte del metraje y la banda musical de La marca del hombre lobo (Enrique López Eguiluz, 1968), sin preocuparse de continuidades ni nada que se le parezca. Si a eso añadimos la para nada cuidada amputación de los desnudos destinados a la doble versión la sensación de estar viendo un largo tráiler de la película, es completa. Hay que decir en su descargo que Naschy se muestra como guionista generoso hasta el derroche: monjes tibetanos, científicos nazis, hippies reducidos a un estado vegetativo gracias a la utilización de ‘quimitrodos’, electrocuciones, villanos enmascarados, armaduras que de pronto cobran vida, flagelaciones, mujeres-lobo, dentelladas a diestro y siniestro, desenterradores de cadáveres, adulterios inducidos mediante ondas…

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Toda la artillería de la literatura pulp se despliega en la historia del regreso a Kirchemburg del doctor Waldemar Daninsky, tras una expedición al Tibet en la que ha sido atacado por un hombre lobo. Una especie de lama le ha entregado un cofrecito donde hallará la solución a su mal y que sólo debe abrir en el caso de que el temido pentágono aparezca en su pecho. Sólo puede morir a manos de otro lobisome o atravesado por una bala de plata en los brazos de una mujer que le ame tanto como para sacrificar su vida por él. Candidatas no faltan; entre ellas la bella doctora Ilona Hellmann y su no menos bella ayudante, la dulce Karin, que trabajan en un proyecto para la dominar la mente humana. En los sótanos de su mansión, una pandilla de hippies mutantes en vegetales, dan fe de la envergadura de sus experimentos. Ilona, que otrora fuera amante de Daninsky, lo desentierra y lo somete a sus experimentos, flagelándolo y entregándose a él, para experimentar con su doble condición de hombre y bestia. Mientras tanto, la policía y el novio de Karin, que es periodista, investigan los crímenes…

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Este papel de reportero audaz es el encomendado a Miguel de la Riva, alias Michael Rivers. Carlos sólo aparece en dos escenas en las mazmorras y es casi imposible verle. En la primera, encadenado, en un primer plano pero con el flequillo cubriéndole el rostro. En la otra, con el torso desnudo y atacando en compañía de otros hippies las dos ayudantes de la doctora. Coge a una de ellas por los pies, pero luego permanece en la penumbra, en segundo plano, mientras los mutantes enloquecidos por el ansia de libertad acaban con ellas.