la voz. 4 de diciembre de 2002

Durante este mes, he ido al Centro de Documentación Teatral y a la biblioteca de la Filmoteca. Nos hemos reunido una vez en casa de Arri y otra en la de Pepón. Les he pasado Los farsantes (Mario Camus, 1963), que se aproxima algo más que El viaje a ninguna parte (Fernando Fernán-Gómez, 1983) al espíritu del teatro de carpa que Carlos ha conocido trabajando por pueblos. Hemos discutido bastante sobre el enfoque que podríamos darle a la película. Uno consistiría en mostrar el proceso de fascinación progresiva que ha ejercido sobre nosotros Carlos y como, a consecuencia de ello, la idea inicial de esbozar el retrato de un actor de reparto ha sido sustituida por nuestro afán de hablar de la memoria de un actor. La otra alternativa sería intentar reproducir mediante escenas teatrales el interior de la mente de Carlos.

Entre tanto, he arrancado con el libro. He decidido estructurarlo como “diez días que conmovieron al mundo”. Los dos primeros no funcionaban demasiado bien y los dejé a medias, pero el tercero, que corresponde a su estancia en la compañía de Feliciano Muela va saliendo y puede marcar el tono del resto. Me ha llevado casi una semana de trabajo intermitente y por ahora es una buena referencia.

Hoy hemos quedado con un amigo de Arri y Pepón que trabaja en el Teatro Español y puede echarnos una mano para enfocar algunos asuntos de los que no dominamos demasiado. Se llama Carlos Abad pero le dicen “La Voz”. Hay que preguntarle por algunas cosas de carpintería teatral o por gente que pudiera conocer a la familia de Carlos o las compañías de teatro ínfimo de las que formó parte.

Antes tenemos que ir a hacer copia de las fotos del padre de Carlos que grabamos en Valladolid. Resulta que Emilio está de fotofija en la película de Els Joglars y ha estado a punto de abandonar el trabajo a causa de la presión sicológica que le supone encontrarse con Carlos cada jornada insistiéndole en que le prometimos aquellas fotos cuando estuvimos en casa de su hermana. El sábado pasado, antes de cenar en casa de Luis, hicimos las capturas y ayer fui a revelarlas pero se me olvidó el CD en la grabadora. Cosas de la edad…

Pasamos por la FNAC y encargamos las fotos. A La Oficina –la cafetería que comunica Carmen con Preciados-, donde repasamos nuestras notas sobre el desarrollo que podemos darle al proyecto. Reincidimos en el tema de “la memoria” y acordamos intentar el método poético automático lo que nos pone a una altura de pretenciosidad considerable. Intentaremos, no obstante, que todo se desarrolle en un tono más bien jocoso.

Recogemos las fotos. Hemos quedado con Carlos en El Sidi. Llega al rato, pero nos pide que le esperemos un poquito más porque quiere comer hoy chuletitas de cordero y tiene la vez pedida en la carnicería.

Una vez aprovisionado, regresa. Tiene novedades variadas. Con el dinero que reciba de las cuatro sesiones que ha hecho en Buen viaje, Excelencia (Albert Boadella, 2003) está dispuesto a salir de la pensión y volver a alquilar un apartamento. También ha decidido ir a un fisioterapeuta o a un acupuntor para que le alivie un poco la artrosis. La armazón del plan resulta aparentemente sólida hasta que aparece en la conversación Charly Bravo. Resulta que el ex caballista está haciendo un “Zorba el griego” con Fabio Testi y tiene pensado recalar en Madrid una temporada. La primera en que le ha metido ha sido enviarle a Andrés Vicente Gómez un reportaje que le han hecho en una revista moderna porque cuando hacíamos Matías, juez de línea (La Cuadrilla, 1995), Andrés dijo que nuestros actores eran unos “matados”. Charly no olvida y ha puesto a Carlos por delante para ejecutar su venganza. El artículo debe poner en evidencia que son profesionales sobresalientes maltratados por la fortuna. La segunda -no hace falta consultar la bola de cristal- es que el dinero que guarda Carlos para sus planes de nueva vida volarán en una semana en cuanto Charly vuelva a organizársela.

Comemos con La Voz en una casa de comidas de Ventura de la Vega. Él trabaja como escenógrafo en el Español y viene preocupado por unos decorados que le está montando Gil Parrondo para un Calderón o un Lope. Parece que una de las escenografías pesa dos toneladas y el óscar español no entiende que las mutaciones deben ser rápidas.

Consultamos con él sobre gente que pueda tener alguna relación con el mundo teatral y zarzuelero de Carlos, amén de técnicas escenográficas primitivas que nos permitan montar nuestras reconstrucciones –el pulpo de “Los sobrinos del capitán Grant”-. Nos da una serie de nombres a los que hasta enero no creemos que sea conveniente llamar. Si es que para enero tenemos algo más claro.

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