Antes de participar como figurante despersonalizado en El diputado (1978), Carlos debuta con Eloy de la Iglesia en un título que tiene mucho en común con aquél aunque se centra en el mundo de la alta burguesía madrileña en lugar de entre políticos de izquierdas: Los placeres ocultos (1977).
Eduardo (Simón Andreu), director de una sucursal bancaria, mantiene relaciones con chaperos que busca en billares, cines de sesión continua y mingitorios públicos. Son chavales de barrio con los que las relaciones son meras transacciones económicas. Sin embargo, un día se enamora de Miguel (Tony Fuentes). Este amor supondrá su caída.
Con un esquema propio del folletín, como tantas veces en el cine de Eloy de la Iglesia, Los placeres ocultos busca poner en evidencia la hipocresía de la sociedad española y el sustrato de poder en el que se basa la prostitución masculina. Pero también se puede leer como un documento sobre dicha actividad, al mostrar en la pantalla española lugares públicos de contacto que siempre se habían limitado a la esfera privada.
Carlos aparece en una escena en unos servicios públicos, donde por cada hombre adulto hay un adolescente que se ofrece. Eduardo baja a los urinarios y su mirada recorre el lugar y sigue a Carlos -personaje anónimo, sin diálogo ni crédito- y a su acompañante a uno de los excusados. Carlos se siente observado y mira a su vez a Eduardo, o sea, a un lugar tan próximo al objetivo que su mirada se podría confundir con una interpelación directa al espectador.