Vi hace tiempo en televisión Suspiros de España (y Portugal) (José Luis García Sánchez, 1996) de la que lo único que puedo decir es que Carlos interpretaba a un pobre de pedir.
Cedo la palabra, por tanto, a su director, José Luis García Sánchez, que razona así la vigencia del sainete en la España contemporánea:
«El sainete es un género dramático con denominación de origen hispánica; una comedia de costumbres a la medida de una sociedad sin apenas burguesía. Lo explicaba muy bien Edgar Neville: frente a las comedias extranjeras de salón y gente adinerada, nosotros tenemos la comedia callejera, con tipos y situaciones extraídos de la pobreza. Un enjambre de pícaros bordeando siempre la delincuencia y tratando de sacarle a los ricos unas migajas con las que sobrevivir. Criados y criadas, mozos de tienda, recaderos, churreros… Todo un microcosmos de conflictos en el que sería muy difícil ejemplificar moralmente. Para eso están las obras de tesis o los autos sacramentales. El sainete es para gente mirona y para gente risueña. Pero el sainete no tiene final. Son conflictos que acaban en conflicto.
Durante siglos se fue constituyendo un género de comunicación teatral muy depurado. Joyas como La verbena de la Paloma pueden servir de ejemplo. Y en vista de la buena acogida que aquello tenía entre las capas populares, los avispados empresarios se apresuraron a su adecuada explotación. Y digo adecuada, porque de lo que se trataba era de conservar la garra, el gracejo, el humor y la capacidad de observación de saineteros, con Arniches, pero para poner todo aquello “al servicio del bien”. Que se rían sí, pero que al final las aguas vuelvan a su cauce. Los señoritos, incapaces de hacerse su propio teatro y cansados de domesticar a los Benaventes se dieron a domesticar a los Arniches. Así fueron desbaratando, desperdiciando las enormes posibilidades de un género.
Me niego a admitir que en un país como el nuestro -Luis Candelas, el Lute, el Dioni…- se cuenten historias ejemplares de obreretes o empleados de banca que devuelven un dinero que se han encontrado en la calle “a sus legítimos dueños” para poder dormir en paz con su conciencia. El final provisional de esas historias debe ser la contemplación del pobre dilapidando la pasta: esa destrucción de la realidad cotidiana es enriquecedora. Pomada para el espíritu».
José Luis García Sánchez: Autocrítica de Adiós con el corazón, en «El Cultural», 19 de julio de 2000.