Torrente, el brazo tonto de la ley (1998) es la película más taquillera del centenar en el que intervino Carlos a lo largo de su carrera. Por las salas españolas pasaron más de tres millones de espectadores y actualmente, doce años después de aquella primera entrega, está a punto la cuarta. Todo un récord. Pero nuestro objetivo no es desentrañar las razones de este éxito ni buscar las esencias en esta primera entrega, sino indagar qué función cumple un actor característico como Carlos en una cinta como ésta.

Ahí está. En el puesto vigésimo cuarto del rodillo. Su personaje tiene nombre -Liborio- pero es uno de esos «mendigos» o «vagabundos» que le suelen caer en suerte por estos años. Tres días sin afeitarse y el pelo desordenado y ya está el mendigo carlista, imagen rediviva de los que pintara en este mismo barrio don Benito Pérez Galdós para su «Misericordia».

En la película estrenada sólo comparece en la escena en la que Torrente obliga su padre (Tony Leblanc) a mendigar en la boca de metro de Antón Martín. Va en silla de ruedas y el policía le ha colgado al cuello un cartel en el que se puede leer: «Emiplégico». Carlos realiza su tarea mendicante con dedicación y profesionalidad y el falso hemiplégico requiere a la dama caritativa:
-¡Que yo estoy peor!

Hay que recurrir a las escenas descartadas incluídas en la edición en DVD para encontrar el intríngulis del personaje compuesto por Carlos Lucas. Aquí le podemos ver sentado a la puerta del metro con una letanía en la que adivinamos su autoría. Pide una caridad porque lleva no cuatro días, sino ¡cuatro años! sin comer. Un artista del hambre, como el hombre menguante de Kafka, capaz si no de acometer sí que imaginar tamaño ayuno.
En una escena también desaparecida del montaje final, Liborio y otro menesteroso que rebusca en las basuras (Sixto Cid) se prestan a subir a Tony Leblanc hasta su casa, cargando con la silla de ruedas por la escalera. Al llegar arriba tras ímprobo esfuero, el falso hemiplégico les ofrece tomar algo y cuando los mendigos aceptan la invitación replica que pueden bajarse al bar que dan unas tapas muy ricas. Carlos contesta con un «¡gracias, genoroso!» de profundo y amanerado sabor escénico y Tony -está claro que no va a dejar que nadie le robe la última palabra- remata con el contundente «que te follen».